Dice Hermes: “Repartido está entre ellos [los planetas] el linaje humano y en nosotros están la Luna, Zeus, Ares, Pafié [Afrodita], Kronos, el Sol, Hermes…” En el extracto xxix de la antología de Estobeo, se conserva este fragmento de una obra atribuida a Hermes Trismegisto, en donde se asevera que los dioses, esto es, los planetas, “están en nosotros” (esti d’ en hemín en el griego antiguo) (“habitan” en nosotros, en la traducción de X. Renau). Continúa la frase: “pues del etéreo aliento aspiramos llanto [Kronos], risa [Helios], cólera [Ares], generación [Zeus], palabra [Hermes], sueño [Luna] y deseo [Afrodita].” El pneuma o aliento etéreo (aetheriou) refiere a esa sustancia sutil, exhalación de los astros, que respiramos y que conforma nuestro cuerpo astral, el cual da cuenta de las “influencias” astrológicas en nuestra vida siendo asimismo una noción práctica clave en la espiritualidad hermética.
Los textos antiguos de la revelación original de Hermes Trismegisto, los textos del hermetismo greco-egipcio (de los que forma parte el llamado Corpus Hermeticum, si bien hay más que esto), expresan la profunda filosofía espiritual de la astrología, la magia, la alquimia y la medicina hermética. Para dicha tradición espiritual el simbolismo astrológico es la llave de la gnosis o conocimiento espiritual, meta del también llamado Camino de Hermes; una llave tanto para el ejercicio contemplativo y místico, como en las aplicaciones concretas y específicas de dicho simbolismo, en el cual se basa la práctica de la magia, la alquimia y la medicina hermética.
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(texto en la imagen tomado de Textos Herméticos; intro., trad. y notas de X. Renau Nebot; Gredos, 2007)
Durante las últimas décadas observamos en la cultura occidental una sobresaliente recuperación masiva de formas de practicar y vivir la astrología en la antigüedad (períodos helénico, medieval y renacentista) a partir de la traducción de algunos de los textos más significativos de los astrólogos más importantes. De esta recuperación emerge lo que hoy es llamado la astrología tradicional, una astrología con un aspecto filosófico, tanto teórico como espiritual y contemplativo, así como con un aspecto remedial y ritual; tanto médico como mágico y místico.
Pero además de un paradigma integral más rico -y completo- que el de la astrología moderna, emerge una astrología más compleja técnicamente pero que permite mayor precisión en el análisis de las cartas astrales; una concepción holística de la práctica astrológica más sistemática y ordenada, pero no por ello menos profunda ni menos sensible a lo psicológico y lo espiritual.
Los principios de la astrología tradicional han sido adaptados en épocas diferentes de un modo similar a como ocurre al día de hoy, ofreciendo al estudiante y profesional contemporáneo un acercamiento claro y metódico a la práctica astrológica, contando con una enorme riqueza de concepciones y técnicas que nos permiten relacionarnos de modos muy precisos y específicos, a la vez que creativos y sabios, con las cuestiones que enfrentamos todos los seres humanos, desde las más mundanas, físicas y concretas, pasando por cuestiones de índole psicológica, interna, hasta aquellas cuestiones relacionadas con nuestra aspiraciones espirituales más hondas. Todo ello, de acuerdo con una concepción extraordinariamente bella acerca del cosmos y nuestro destino, la cual realza nuestra libertad y creatividad, nuestra responsabilidad y dignidad como seres humanos.
Mi maestro Robert Zoller (con quien estudié y conviví directamente) solía decir, hacia mediados-finales de los noventas, medio en broma y medio en serio, que él predecía que en las próximas décadas observaríamos una tendencia a la integración entre la astrología tradicional y la astrología moderna. Cabe remarcar que dada su naturaleza metódica y ordenada, la astrología tradicional aporta una estructura a la que se pueden integrar muchas de las intuiciones o contribuciones más importantes de la astrología moderna, en muchos casos moderadas o incluso corregidas por la perspectiva tradicional. Digamos que, como sistema, la astrología tradicional es mucho más “grande”, más compleja, a la vez que mucho más demandante en lo técnico (lo que permite mucho mayor precisión en el análisis), pero no se reduce solamente a la horoscopía, a ser una técnica de interpretación de cartas astrales, siendo inseparable tanto de un aspecto filosófico y contemplativo como de un aspecto remedial y mágico o ritual, es decir, se trata de un paradigma integral. Querer enfundar a la astrología en la camisa de la psicología moderna (o peor ¡de la ciencia!), es no sólo absurdo (por ser imposible), sino, a estas alturas, insostenible; como también lo es, por parte de los “modernistas”, el pensar que la psicología profunda es moderna, que la perspectiva psicológica en la astrología, es nueva, según esto, ausente en la astrología tradicional, luego infantilmente caracterizada como un rígido ejercicio predictivo fatalista.
Me parece que hay que considerar que la astrología moderna es una versión muy simplificada de la astrología tradicional; una versión “light” y deslactosada (muy desordenada a la hora de interpretar, donde todo parece valer lo mismo, o peor, luego parecen más importantes Plutón, Quirón, o el nodo norte lunar, que el Sol o Venus, por ejemplo; preocupa más un quicuncio de Lilith con Palas que una cuadratura Luna-Marte, por decir). Esta consideración implica una cierta pero significativa continuidad entre ambas astrologías, no una maniquea diferencia absoluta o total independencia; continuidad que a su vez implica complementariedad (en términos del paradigma integral referido).
Por otra parte, también encuentro que incluso pocos de los practicantes de la astrología tradicional tienen una apreciación completa -tanto teórica como práctica o vivencial- del paradigma holístico que esta integra: sus aspectos teológico y metafísico así como remedial y ritual o mistérico, anteriormente referidos (no sólo la horoscopía, decíamos). Además, y como suelo decir a mis estudiantes que luego quieren ser muy puristas (y es que algunos de los practicantes de la astrología tradicional luego son más papistas que el papa), no tenemos una máquina del tiempo para ir a la época del helenismo o a la edad media para hacer astrología, sino que siempre hacemos astrología hoy, dentro de nuestro contexto, no totalmente determinados por éste -o casi-, salvo que seamos concientes de ello, como ocurre con las modas, por ejemplo (como ocurre con la astrología tradicional que se ha puesto ahora muy de moda, por cierto). A lo largo de épocas muy diferentes entre sí en la antigüedad, observamos en la astrología la adaptación de sus principios fundamentales de un modo muy consistente, muy coherente, de una manera tanto rigurosa como flexible: un estado de tensión creativa entre tradición e innovación, donde los descubrimientos y avances científicos son (re)contextualizados en referencia a la tradición, la cual da como un marco de contención cultural, digamos. Algo de lo que justo adolesce la astrología moderna precisamente en cuanto tal.
Sin embargo, las cosas han cambiado nuevamente tras el vital impulso de recuperación, de renovación de la también llamada astrología clásica; recuperación, por cierto, en paralelo a la vibrante recuperación de paradigmas filosóficos de la antigüedad en sus aspectos prácticos, como formas de vida y prácticas espirituales que tienen un valor actual y contemporáneo. Paradigmas como el de los platónicos tardo-antiguos (Plotino, Porfirio, Jámblico, Proclo, Simplicio), quienes fueran los más importantes filósofos de la astrología; practicantes experimentados, científicos místicos, maestros de la edad media (musulmana, judía y cristiana) y el renacimiento, quienes nos enseñan que la carta astral es un mapa tanto científico como poético, por lo tanto, se interpreta tanto formal y racionalmente, metódicamente, como intuitivamente. En el modelo psicológico de la filosofía antigua, la intuición refiere a una meta-racionalidad, como una forma de comprensión inmediata, coronación del método; no la alternativa hippy al conocimiento formal, como luego parece que se concibe a la intuición en la astrología moderna. La intuición viene después del dominio del método formal, el cual, de hecho, sirve como el receptáculo de la intuición. Pero es como tocar un instrumento, digamos, donde la inspiración viene tras el dominio técnico de las formas, del instrumento y el método. Y en el método (méthodos: camino), me parece que está la clave de potencial integración entre la astrología tradicional y la moderna, de la segunda encauzada por el método estructurado a la vez que flexible de la primera, un camino de sabiduría integral, camino que nos lleva hacia nosotros mismos, al Sí-mismo.
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El Sí-mismo es un término y noción filosófica y psicológica que refiere a nuestro ser, nuestra esencia o identidad esencial, centro y causa de nuestra conciencia, de la totalidad de nuestra experiencia. El sí-mismo es concebido como causa de nuestro auto-conocimiento y auto-observación, por esto, concebido también como un observador cuya naturaleza es ser pura observación: el ojo del alma, su centro: el Sol.
Podemos notar que, siendo una actividad de autoconciencia pura (observador cuya naturaleza es ser pura observación), dicha identidad esencial entonces no es personal sino cósmica. Si bien en cierto sentido podemos decir que el Sí-mismo es nuestro, en rigor no lo es, sino que, más bien, nosotros pertenecemos a este (del mismo modo que la vida no es realmente nuestra). Nuestro ser nos trasciende a nosotros en cuanto tales. Nuestra conciencia ordinaria, cuyos límites saturninos son la racionalidad discursiva, por su misma naturaleza nos separa del Sí-mismo; no es posible entenderle racionalmente (la parte no puede abarcar el todo, en tanto parte) pero sí podemos captarlo, conocerlo, verlo, viéndonos en sí-mismo: contemplación en la que sujeto y objeto del conocimiento se identifican, de acuerdo con la definición aristotélica clásica de la intuición o nóesis. Una experiencia directa de conocimiento; no indirecto como leer libros o por medio de argumentos, discursos o teorías; trasciende a estos, sin embargo, les requiere, los integra, no los excluye; una experiencia de conocimiento de alguna manera continua e íntimamente relacionada con nuestro estado ético, con nuestra condición moral o dependiente de nuestra virtud; relacionada, pues, con el grado de auto-conocimiento y cuidado de sí que nos hemos procurado. La nóesis, asimilada a una iluminación súbita, era concebida como una forma de racionalidad y pensamiento, de conocimiento, superior al de la racionalidad discursiva formal, aquello que única y exclusivamente se entiende por racionalidad y conocimiento en el occidente moderno hasta el día de hoy.
Para los griegos, noûs, inteligencia o intelecto (que no es lo mismo que razón), es el principio de psique (en un sentido metafísico y epistemológico), que como tal la trasciende; la integra a la vez que la supera. Esta noción clave de la filosofía y espiritualidad antiguafue adaptada como piedra angular por Carl Jung en su modelo psicológico (adaptación íntimamente relacionada con sus notables investigaciones astrológicas; ver su libro Aion. Contribuciones al simbolismo del sí-mismo), asimismo adaptando la noción clásica de auto-realización en su idea de individuación como finalidad del ser humano; aquello a lo que de manera innata tiende. Según ya señalamos, el Sí-mismo no nos remite a la individualidad personal. Se trata del punto donde el “yo” y el mundo coinciden como opuestos, siendo ahí donde se integran. Así pues, la auto-realización, ese proceso solar de llegar a ser lo que soy, la individuación, no es en un sentido personal sino que la personalidad ha de servir a este proceso. Aristóteles, para quien todos los seres humanos de manera innata tienden a la felicidad, define a esta como auto-realización, a la vez explicando que el término que emplea, en griego eudaimonía, que se traduce por tener un buen destino (o un buen daimon), esto significa tener una buena disposición, actitud, carácter, hábito, frente a la vida, frente a lo que nos impele, a lo que nos mueve, los dioses. Buena actitud, cabe añadir, siendo algo muy distinto de cuando coloquialmente hablamos así; bien, en el sentido ético, no en el sentido emocional, sentimental, que se le da corrientemente, tomando en cuenta, además, que dicho proceso de auto-realización es concebido como ineludiblemente político, nos involucra como miembros de una comunidad a la que nos debemos (algo muy distinto, sino es que opuesto, al individualismo personal, egoísta y vanidoso). Así pues, carácter es destino y destino es carácter. Es a esa finalidad de la vida a la que ha de servir la astrología, no solamente a nuestra necesidades narcisistas o para sentirnos bien (no habiendo nada intrínsecamente malo en ello). De modo que la astrología es una herramienta ética (en el sentido tradicional del término), espiritual; filosofía práctica.
En la carta astral el Sí-mismo está simbolizado por el Sol, pero también podemos decir que está simbolizado por el planeta que es el daimon, el regente de toda la genitura o natividad. Pero también, desde otra perspectiva, la carta entera simboliza el Sí-mismo, o incluso puede decirse que este se halla más allá de la carta en su totalidad. El Sí-mismo es un misterio tanto antiguo como contemporáneo, misterio que conlleva una búsqueda perenne por parte de los seres humanos y que hace del Sí-mismo un punto de encuentro entre la astrología tradicional y la moderna.
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Las culturas profundamente astrológicas de Mesopotamia (babilonios, caldeos, asirios) celebraban el Año Nuevo al inicio de la Primavera en el Equinoccio, cuando el Sol ingresa a Aries. Específicamente, comenzaba el festejo del Año Nuevo en la Luna nueva inmediatamente siguiente al ingreso solar. Sin embargo, por Luna nueva, los astrólogos/astrónomos babilonios, entendían algo un poco distinto de lo que nosotros suponemos cuando de este modo nos referimos al sínodo Luna-Sol, a su conjunción. Para ellos la Luna nueva refería a la primera aparición de esa delgada creciente lunar plateada, sobre el horizonte occidental, inmediatamente después del atardecer, tras haber desaparecido unos días de los cielos nocturnos al ir menguando. Esta primera aparición de la luminaria nocturna marcaba la Luna nueva, el inicio del ciclo mensual, así como, en este caso, anual.
Este 2022, nosotros atestiguamos el ingreso del Sol a Aries, el 20 de marzo a las 9:33 am. Posteriormente, la Luna nueva en la madrugada del 1ro. de abril (00:24 am), pero tanto la Luna nueva, tal como la entendían los babilonios, como el inicio del Año Nuevo, ocurrió la tarde del sábado 2 de abril, a las 6:50 pm (todo en horario CdMx), con la Luna en el signo de Tauro, lo suficientemente lejos del Sol (más de 15 grados) como para poder ser vista sobre el Poniente de la ciudad. En lo general, esta era la concepción común acerca del año nuevo y la Luna nueva, a lo largo del Mediterráneo y Oriente medio en la antigüedad; noción astronómica y calendárica que seguían griegos y romanos, por ejemplo (en una próxima ocasión hablaremos en el blog de las fases lunares según la astrología griega).
En el caso de los babilonios, Akitu, era el nombre que recibía el festival del Año Nuevo, festejo de la Primavera que duraba doce días, comprendiendo complejos rituales con los que se conmemoraba al mismo tiempo la victoria del rey de los dioses, Marduk, sobre Tiamat, monstruo marino del caos. El resultado de esta decisiva batalla es la creación del mundo, tal como nos lo narra el Enuma Elish (o “Epopeya de la Creación”), a partir del cuerpo de Tiamat, dividido en partes. De ahí que el contexto mitológico de estos ritos festivos sea la creación del mundo, su actualización anual, digamos; la recreación del cosmos. (Re-)inicio del mundo, cuando los dioses se reunieron para determinar los destinos de los seres humanos al tiempo en que todo era ordenado, de acuerdo con esa concepción mesopotámica fundamental acerca de la unidad y correspondencia entre los cielos y la tierra; dos aspectos de una misma realidad, íntimamente entrelazados, uno reflejo del otro: a la vez que los dioses expresan sus mandatos por medio de su escritura celeste, simultáneamente, esta se manifiesta en la tierra por medio de diversos fenómenos naturales y sociales.
Esta visión del ingreso del Sol a Aries como marcando el inicio del año, la primavera marcando un nuevo impulso de energía, de vitalidad; la resurrección de la vida de la naturaleza tras la muerte del invierno, esta visión es preservada en la astrología mundana, la carta del ingreso de Aries siendo una de sus principales herramientas para realizar pronósticos para el nuevo año que comienza. Ahora, la relación del signo zodiacal de Aries con el carnero, no es original de los babilonios, sino que se la debemos a los egipcios, para quienes se trata de un importantísimo símbolo solar, siendo asociado con el dios Ammon. Este animal sagrado era sacrificado únicamente en las ceremonias de Año Nuevo, siendo ofrecido al Sol. Así pues, es en este antiquísimo simbolismo astrológico del inicio de un nuevo ciclo de vida, donde hay que ubicar el origen de las fiestas de Semana Santa y Pascua, simbolismo de resurrección y vida nueva, como ocurre con la imagen del cordero de Dios. En el caso de la Pascua judía (Pésaj) se trata de una festividad que conmemora la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto; el inicio de una nueva vida e independencia del pueblo judío. Es una festividad en la que también se inmola y consume cordero a la vez que es considerada asimismo como una fiesta de la primavera. Al día de hoy, como parte de los festejos de la Pascua, hay la costumbre en la cultura occidental de regalar huevos, adornados con colores y rellenos de dulce, el huevo siendo un símbolo de vida nueva. Feliz año nuevo babilonio.
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