“Todo fluye”, Heráclito.
Comúnmente repito a mis estudiantes que la materia prima de la astrología es el tiempo. Pero, a diferencia de la comprensión convencional en la cultura occidental acerca del tiempo, visto como una sucesión lineal, la astrología nos enseña que la naturaleza del tiempo es cíclica. Y eso de “comprensión”, es un decir, pues al día de hoy realmente no sabemos bien a bien qué es el tiempo; este sigue siendo un profundo misterio. En la antigüedad, el tiempo es una divinidad; en algunos casos, la divinidad primordial o una de las primeras, particularmente en el caso de las tradiciones mistéricas. Solemos confundir nuestra mediciones del tiempo, nuestras estandarizaciones acerca del mismo, con miras a fines prácticos o utilitarios, con el tiempo en sí propiamente. Sin embargo la astrología se ocupa no del tiempo profano sino del tiempo sagrado, arquetípico; de la dimensión psicológica, espiritual y divina del tiempo. El tiempo del mito, ahora, hoy.
Podemos comprender a la astrología como una metafísica del tiempo, la cual nos enseña acerca de la inteligencia cósmica que se expresa en el despliegue de la temporalidad, el ordenamiento providente del destino. Asimismo nos permite reconocer un vínculo indisoluble entre nuestra propia inteligencia, nuestra conciencia, y el tiempo: este no ocurre de manera exclusivamente externa u objetiva, independientemente de nuestra experiencia, sino como estructura de la misma. Fundamentalmente, el tiempo es alma, el alma es tiempo. Los planetas son modos cósmicos de temporalidad y conciencia que subyacen a nuestra experiencia. Esto es, los siete planetas clásicos; hasta Saturno, digamos, no incluyendo a los llamados transpersonales (Urano, Neptuno y Plutón). Saturno simboliza, entre otras cosas, a ese límite por excelencia de nuestra conciencia ordinaria que es el tiempo; estructura primaria de nuestra psique que posibilita la experiencia como tal así como la experiencia de esos otros estados de conciencia simbolizados por los otros planetas. Más allá de Saturno estamos hablando más allá del tiempo, tal como lo experimentamos nosotros, almas encarnadas; más allá del nacimiento y la muerte; más allá del límite de mi conciencia ordinaria: los profundos estados no-ordinarios de conciencia relacionados con los transpersonales. Los siete planetas tradicionales son los administradores del sistema mundano, natural, algo que trasciende la función de los transpersonales. Administración que se expresa no solo en el ritmo y armonía de las revoluciones planetarias en el Zodíaco sino también en la semana arquetípica de los siete días planetarios a su vez conformada por el ciclo perfecto, tanto diario como anual, de las horas de los planetas, cada hora de cada día planetario estando regida por uno de los siete planetas, según vimos en una publicación anterior de este blog (https://capulus.com.mx/los-dias-y-las-horas-de-los-planetas-la-semana-de-la-creacion/).
Ahora, que la naturaleza del tiempo sea cíclica no quiere decir necesariamente que dicha ciclicidad sea cerrada, como una repetición mecánica, sino que esta puede ser concebida como una ciclicidad que realiza espirales de ascenso y descenso, más similar al movimiento de una gran danza que al de una máquina. Además, cabe señalar que la ciclicidad del tiempo, y la reversibilidad de pasado y futuro que implica, pone más que en entre dicho la noción común de progreso, de evolución, sea social o espiritual, creo que ofreciéndonos una visión más orgánica (y quizás también más compasiva) que la tajante noción que asocia el paso del tiempo con algo así como mejora automática. Por otra parte, al menos desde esta perspectiva, no deja de sorprender que, hasta el día de hoy, haya tantos que crean que el tiempo tuvo su inicio literalmente en un primer momento y que, por lo tanto, también literalmente habrá de llegar a su fin. Pero ya Aristóteles acotaba que es una contradicción suponer un tiempo en el que no había tiempo, literalmente. Así pues, si el tiempo es cíclico, entonces el cosmos es eterno, sin principio ni fin temporal. El tiempo, imagen móvil de la eternidad, asevera famosamente Platón, se revela entonces como un eterno ahora, como una duración infinita sin principio ni fin.
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