Por “Capulus”
Conferencia presentada en el 2do Encuentro de Astrólogos en México, ENASTROME, Ciudad de México, 5 de Mayo 2013.
Las últimas décadas hemos visto la recuperación y traducción de textos astrológicos, muchos de los cuales no habían sido conocidos desde hace siglos o incluso milenios, si pensamos en el material babilónico, la “tradición madre” que heredan los griegos, a la cual añaden elementos egipcios y persas todos los cuales son sintetizados y formulados en términos de su discurso y vocabulario filosófico, pero de acuerdo con una idea de filosofía y razonamiento mucho más compleja e integral que la idea moderna de filosofía tal como se enseña en las universidades, sino una idea de filosofía como forma de vida y práctica espiritual que incluye e integra el método y rigor demostrativo; esto es parte de lo que está cambiando, precisamente, el darnos cuenta que la visión del mundo griego antiguo es mucho más cercana a la de la India y China y no el antecedente natural del pensamiento europeo moderno, que dogmáticamente llamamos “científico”, cuando más bien se halla subordinado a una ideología comercial y tecnológica. La academia occidental, las formas contemporáneas de producción de conocimiento viven un entrampamiento burocrático mayúsculo, crítico (algo que incluye, por supuesto, a las asociaciones astrológicas) pero al mismo tiempo hay una mayor apertura a investigar estos temas y también un mayor involucramiento de los practicantes de la astrología con la academia. De toda esta investigación surge una imagen de la astrología como una muy poderosa herramienta de diagnóstico pero que ha perdido contacto con su propio reportorio ancestral de remedios prácticos, de prácticas rituales astrológicas, tanto enfocadas en lo externo como en lo interno pero de hecho, enfocadas a la integración de ambos; basadas en el mismo diagnóstico a partir de la carta astral y que emplea un amplísimo sistema de correspondencias entre los planetas y signos zodiacales y todos los reinos del mundo natural. Se trata de experimentos psicológicos, de un performance filosófico que propicie el conocimiento y la unión con los dioses. Es muy importante entender que los antiguos no creían en los dioses como, por ejemplo, comúnmente se piensa que un religioso cree en dios, sino más bien algo más cercano a como creemos en los personajes de una película: dentro de un espacio ritual colectivo, dentro de la sala del cine, durante la proyección de la película, creemos, nos identificamos con diversos personajes, sufrimos o gozamos con ellos, vivimos una experiencia que nos transforma emocionalmente, una experiencia que adquiere una realidad propia, pero al acabar la película nadie se preocupa por la existencia de los personajes. Al hablar de dios o de dioses estamos usando metáforas, imágenes, pero metáforas e imágenes vivas, que tienen una realidad propia. Claro que en la antigüedad existían, al igual que ahora, interpretaciones populares y supersticiosas acerca de dios o los dioses, pero en las tradiciones cultas -simplificando mucho las cosas- los dioses son interpretados como los atributos, los aspectos, los rostros o incluso los miembros de una divinidad superior desconocida e inefable, dios de dioses que carece de todo atributo o forma, por lo tanto ni se le rinde culto ni es posible conocerla directamente sino por medio de sus manifestaciones divinas o dioses, potencias administradoras del cosmos; raíces del universo de nuestra experiencia que como tales le dan sustento, vida y orden. El cosmos es el gran templo divino que tiene un extraordinario altar, la bóveda celeste en donde se encuentran los astros, estatuas de los dioses cuyo acto de creación eterna del cosmos es un acto ritual dedicado al dios de dioses; el devenir cósmico es una plasmación litúrgica. El universo es el cuerpo o la manifestación divina por excelencia, es un lenguaje vivo. Es decir, de alguna manera, lo que metafóricamente llamamos dioses son realidades inteligentes, vivas y consientes o con una vida propia o en sí, ellas mismas parte de un lenguaje divino de algo que, amoroso y juguetón -otra descripción metafórica- busca dialogar con nosotros y en nosotros y que para ello plantea y acepta su antropomorfización como una forma de entendimiento común basada en la analogía pero que por lo tanto no puede ser entendida simplemente de manera literal. Así pues es como los dioses se manifiestan, se dan a conocer en la imaginación, iluminando la imaginación de los teúrgos o practicantes que interpretan filosóficamente su arte ritual astrológico. Son los dioses, en este sentido, quienes revelan los símbolos astrológicos; es decir, los símbolos no son, en última instancia, una construcción humana, racional y consiente, sino una manifestación de la naturaleza, que también quiere decir del cuerpo, una manifestación en la imaginación donde la naturaleza o el cosmos nos interpela. A diferencia de la filosofía moderna que ha conformado la comprensión de la psique de la psicología moderna, algo que también está cambiando profundamente en las últimas décadas, para los griegos la psique no es algo ni que literalmente sea “mío” ni que esté literalmente dentro de mi cuerpo; para algunos filósofos platónicos, por ejemplo, de hecho es al revés, el cuerpo está en el alma, no el alma en el cuerpo. El alma es el mundo o naturaleza, conformada desde su interior por los paradigmas o categorías fundamentales de la existencia, representadas por los astros.
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