El propósito de este curso es introducirnos al uso de las Estrellas Fijas en la astrología. Aprenderemos cuáles son las principales estrellas empleadas y cuáles son sus significados.
Lunes de 7:00 a 9 pm. Inicio: 17 de enero, 2022. Duración: dos meses. Costo: $800 pesos mensuales (4 clases de 2 hrs. vía Zoom). *Cupo limitado. Informes e inscripción: capulus7@gmail.com Capulus, 2021-2022 copyright.
Según el calendario de los romanos, el 17 de diciembre es el inicio de las Saturnales, fiesta dedicada al dios Saturno. Pero el 17 de diciembre también es el día de San Lázaro, alma santa y milagrosa relacionada con la esfera de Saturno (y la de Plutón). Rostro arquetípico, misterioso y sabio, de estos símbolos astrológicos.
En las tradiciones mágico-religiosas afro-caribeñas (Cuba, México y Brasil), San Lázaro se sincretiza con Babalú ayé, a quien famosamente canta la salsera Celia Cruz. “Rey del Mundo”, orisha terrible a la vez que conmovedor, San Lázaro es el señor de los misterios de la muerte y el dolor, la privación, la enfermedad y el sufrimiento, así como de la resurrección, la regeneración y la salud. Se trata del más humilde de todos los orishas. Su representación iconográfica de origen cubano es única en el mundo: San Lázaro es un anciano que aparece con muletas, caminando lenta y tortuosamente, acompañado por perros, quienes lamen sus llagas. Es un personaje social marginado, rechazado por los pueblos por donde pasa. Sin hogar ni posesiones deambula solitario, empujando una carreta donde transporta cadáveres al cementerio, rasgo producto del sincretismo del santo de Betania con Babalú ayé, también llamado Chankpana, divinidad asimismo asociada con las epidemias.
Cada 17 de diciembre, en la iglesia del pueblo de El Rincón -extraordinaria expresión del sincretismo afrocubano-, provincia de la Habana, Cuba, se reúnen multitudes inmensas de peregrinos, de devotos y enfermos que desesperadamente acuden al santo, a quien se le atribuyen numerosísimos milagros de curación. A esta tan distintiva figura sincrética, se le han añadido interesantes desarrollos mitológicos claramente inspirados en el veterotestamentario Libro de Job, donde S. Lázaro/Babalú ayé vive una serie de vicisitudes, de duras pruebas morales implementadas por Olosi (el Diablo) con venia divina y que, como el justo Job, hacen del santo un paradigma de aceptación, sobriedad y humildad; una profunda contemplación acerca del sentido del sufrimiento, acerca del misterio del mal, ese sombrío rostro divino que enfrentamos con Saturno, severo pero justo juez y maestro. Un conmovedor rostro saturnino.
En las tradiciones místicas astrológicas, antiguas y contemporáneas, se afirma que cada alma particular desciende de un planeta específico, siendo su tarea, a lo largo de una serie de encarnaciones, seguir su estrella, volver a su astro de origen; esto es, cumplir con su propósito encarnando, en esta vida, de manera tan perfecta, conciente, libre e iluminada, su naturaleza más íntima, su ser divino; se convierten, pues, en seres auto-realizados que encarnan dicho principio y que como tales, de manera similar a los ángeles, se vuelven mediadores de lo divino. En el caso de San Lázaro, un alma santa de Saturno, a la cual, por otra parte, es posible pedirle su intercesión y auxilio al ritmo de rumba y tambores batá, inesperada expresión de belleza por parte del grave y serio señor de los anillos. Así pues, para propiciar su expresión compasiva, concluyo estas notas sobre San Lázaro con una canción clásica de Celina y Rutilio dedicada a tan emotiva figura plena de la más profunda y sobria sabiduría.
Comúnmente repito a mis estudiantes que la materia prima de la astrología es el tiempo. Pero, a diferencia de la comprensión convencional en la cultura occidental acerca del tiempo, visto como una sucesión lineal, la astrología nos enseña que la naturaleza del tiempo es cíclica. Y eso de “comprensión”, es un decir, pues al día de hoy realmente no sabemos bien a bien qué es el tiempo; este sigue siendo un profundo misterio. En la antigüedad, el tiempo es una divinidad; en algunos casos, la divinidad primordial o una de las primeras, particularmente en el caso de las tradiciones mistéricas. Solemos confundir nuestra mediciones del tiempo, nuestras estandarizaciones acerca del mismo, con miras a fines prácticos o utilitarios, con el tiempo en sí propiamente. Sin embargo la astrología se ocupa no del tiempo profano sino del tiempo sagrado, arquetípico; de la dimensión psicológica, espiritual y divina del tiempo. El tiempo del mito, ahora, hoy.
Podemos comprender a la astrología como una metafísica del tiempo, la cual nos enseña acerca de la inteligencia cósmica que se expresa en el despliegue de la temporalidad, el ordenamiento providente del destino. Asimismo nos permite reconocer un vínculo indisoluble entre nuestra propia inteligencia, nuestra conciencia, y el tiempo: este no ocurre de manera exclusivamente externa u objetiva, independientemente de nuestra experiencia, sino como estructura de la misma. Fundamentalmente, el tiempo es alma, el alma es tiempo. Los planetas son modos cósmicos de temporalidad y conciencia que subyacen a nuestra experiencia. Esto es, los siete planetas clásicos; hasta Saturno, digamos, no incluyendo a los llamados transpersonales (Urano, Neptuno y Plutón). Saturno simboliza, entre otras cosas, a ese límite por excelencia de nuestra conciencia ordinaria que es el tiempo; estructura primaria de nuestra psique que posibilita la experiencia como tal así como la experiencia de esos otros estados de conciencia simbolizados por los otros planetas. Más allá de Saturno estamos hablando más allá del tiempo, tal como lo experimentamos nosotros, almas encarnadas; más allá del nacimiento y la muerte; más allá del límite de mi conciencia ordinaria: los profundos estados no-ordinarios de conciencia relacionados con los transpersonales. Los siete planetas tradicionales son los administradores del sistema mundano, natural, algo que trasciende la función de los transpersonales. Administración que se expresa no solo en el ritmo y armonía de las revoluciones planetarias en el Zodíaco sino también en la semana arquetípica de los siete días planetarios a su vez conformada por el ciclo perfecto, tanto diario como anual, de las horas de los planetas, cada hora de cada día planetario estando regida por uno de los siete planetas, según vimos en una publicación anterior de este blog (https://capulus.com.mx/los-dias-y-las-horas-de-los-planetas-la-semana-de-la-creacion/).
Ahora, que la naturaleza del tiempo sea cíclica no quiere decir necesariamente que dicha ciclicidad sea cerrada, como una repetición mecánica, sino que esta puede ser concebida como una ciclicidad que realiza espirales de ascenso y descenso, más similar al movimiento de una gran danza que al de una máquina. Además, cabe señalar que la ciclicidad del tiempo, y la reversibilidad de pasado y futuro que implica, pone más que en entre dicho la noción común de progreso, de evolución, sea social o espiritual, creo que ofreciéndonos una visión más orgánica (y quizás también más compasiva) que la tajante noción que asocia el paso del tiempo con algo así como mejora automática. Por otra parte, al menos desde esta perspectiva, no deja de sorprender que, hasta el día de hoy, haya tantos que crean que el tiempo tuvo su inicio literalmente en un primer momento y que, por lo tanto, también literalmente habrá de llegar a su fin. Pero ya Aristóteles acotaba que es una contradicción suponer un tiempo en el que no había tiempo, literalmente. Así pues, si el tiempo es cíclico, entonces el cosmos es eterno, sin principio ni fin temporal. El tiempo, imagen móvil de la eternidad, asevera famosamente Platón, se revela entonces como un eterno ahora, como una duración infinita sin principio ni fin.
En nuestra imaginación colectiva, el número 7 evoca todo tipo de asociaciones misteriosas que lo convierten en el número místico por excelencia, como representando a la divinidad misma. En la cultura popular, por ejemplo, se repite comúnmente que es un número “cabalístico”, signifique eso lo que signifique… Desde luego la principal referencia de donde se deriva el simbolismo del número 7 son los siete planetas clásicos: el cosmos geocéntrico donde la Tierra se halla envuelta por las siete esferas planetarias concéntricas, las cuales conforman el alma cósmica, encontrándose más allá de esta, a continuación, la inteligencia universal, el ámbito inteligible o espiritual, identificado con la esfera de las estrellas fijas, las constelaciones; comúnmente esta es considerada la octava esfera. Tras esta encontramos una o dos esferas más, la última correspondiendo a la divinidad que todo lo abarca a la vez que lo trasciende; primer principio de donde todo procede, también comúnmente descrito como un proceso de irradiación o emanación luminosa desde un centro.
Aquella es propiamente la primera esfera, de la que surge a continuación la inteligencia y luego las siete esferas planetarias en el llamado orden caldeo: Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio, Luna. Y finalmente la Tierra, el ámbito de lo natural, lo físico, lo corporal; comúnmente, la décima esfera, pleno despliegue o expresión del proceso emanativo que tiene su inicio en el primer principio, la unidad. Esta dinámica de la creación, la cual se da en orden descendente, si bien tiene su origen en la divinidad, y su principio causal en el ámbito de las esencias, de lo inteligible/espiritual, al que corresponde la eternidad, tiene su inicio temporal en el ámbito del alma, las esferas planetarias. Temporalidad que, al ser cíclica (imagen móvil de la eternidad, dirá Platón), producirá un cosmos eterno, es decir, sin principio ni fin temporal; en rigor, no exactamente eterno (atributo de lo esencial/espiritual) si no perpetuo. Dicha dinámica de la creación, pues, se expresa en las revoluciones de los planetas como un verbo divino, como si los planetas fueran letras, dirá otro platónico (Plotino). Corresponde al alma del mundo la modelación de la realidad sensible, producción que tiene su agencia en las siete facultades o potencias que la conforman, y que simbólicamente se lleva a cabo en siete días. El día es la unidad natural de tiempo más básica de la creación: un ciclo solar, análogo a ese otro ciclo solar fundamental para la creación que es el año.
El proceso referido es ilustrado por el relato del Génesis, donde la creación se da en siete días, los cuales expresan el orden caldeo de los planetas, con los cuales los judíos estaban familiarizados. Posteriormente, los romanos siguieron el modelo caldeo de la semana de siete días, empleando las correspondencias planetarias greco-romanas, semana que seguimos empleando hasta el día de hoy. Pero no solamente cada día corresponde a un planeta, sino que cada día es dividido en veinticuatro horas, doce horas diurnas y doce horas nocturnas, cada una de las cuales está regida también por uno de los siete planetas clásicos, sistema que se sigue empleando hasta el día de hoy, si bien cabe aclarar que no son exactamente las veinticuatro horas del reloj; se trata de hora y días naturales, no legales; días que comienzan al amanecer como sería obvio pensar: ¡¿a quién carambas se le ocurrió que el “día” comienza a la media noche?!
El que cada una de las veinticuatro horas del día está regida por un planeta en un orden específico, nos permite organizar las actividades de nuestros días de acuerdo con aquel ordenamiento para así asegurarnos mayores probabilidades de éxito, de armonía y productividad en dichas actividades. Se trata de un sencillo sistema astrológico que nos permite encontrar cuál es el momento más oportuno para realizar tal o cual actividad, sea de carácter espiritual o de carácter mundano, tratándose de un sistema integral que permite ambas aplicaciones, pudiendo usarse tanto para los rituales y la meditación como para realizar cualquier iniciativa cotidiana. Si quieres saber más acerca de los días y las horas de los planetas, te invito a mi próximo webinar ( https://fb.me/e/29ODXB7B1 ), sábado 13 de noviembre, de 11 a 12:30. Costo: $400. Info/inscripciones: capulus7@gmail.com
El hermetismo se concibe a sí mismo como una piedad filosófica, o religio mentis: una interpretación filosófica profunda del culto religioso que implica un progresivo conocimiento directo de la divinidad, experiencias místicas personales. La enseñanza hermética, más allá de lo teórico, supone posibilitar la gnósis (conocimiento), un desarrollo y ascenso espiritual progresivo. Para el hermetista la verdad no es un objeto de búsqueda intelectual sino una fuerza viva, una fuerza catalítica en sus vidas. En los tratados se contrasta la sabiduría revelada por Hermes con el “ruido de palabras” de la filosofía griega. La filosofía, que habría de ser comprendida como el esfuerzo por conocer a la divinidad mediante la contemplación frecuente y la santa piedad, se confunde con la mera especulación, cuando la ciencias habrían de ser solamente un medio, no un fin. Ahora, cabe aclarar que expresiones como éstas son hechas en griego y empleando argumentaciones filosóficas. De hecho, el hermetismo representado por los tratados del Corpus Hermeticum y los recuperados en la antología de Estobeo, o por el diálogo Asclepio (el único tratado que se conserva en latín, habiendo sido traducido del griego) y las Definiciones herméticas, es inseparable del platonismo, el cual también critica severamente la reductiva concepción de la filosofía a su aspecto racional formal, como meras teorías y discursos, alienada de su aspecto espiritual, intuitivo y práctico.
Hay que resaltar que también están íntimamente emparentados el llamado gnosticismo (en sus diversas variantes cristianas y judías) y el platonismo. El hermetismo es una forma de gnosticismo greco-egipcio, según ya hemos señalado. Estamos hablando del hermetismo clásico, digamos; el fenómeno original de la antigüedad, con el que difieren, a veces más, a veces menos, desarrollos e interpretaciones posteriores, como la llamada Tabla Esmeraldina, un texto del hermetismo islámico medieval, o bien, casos tan tardíos como el llamado Kybalión, muy popular en el esoterismo comercial contemporáneo; texto que apenas y tiene algo que ver con el hermetismo salvo que es atribuido a Hermes Trismegisto, habiendo sido escrito por teósofos ingleses de principios del siglo xx (se conocen sus nombres), el cual texto se halla muy lejano (en sus teorías, terminología, visión o concepciones) de lo concebido por el “tres veces grande” (con lo cual no estoy cuestionando su valor, si es que lo tiene… no importa cuán popular sea el texto).
La visión que nos presentan los textos herméticos acerca de la divinidad, el cosmos y el ser humano, es una en donde hay un vínculo indisoluble entre estos tres términos, partiendo de la proposición básica de la unidad del universo: Todo es uno, todo deriva del uno. El cosmos ha sido creado para que el ser humano, por medio de este, pueda contemplar al creador, principalmente, admirando los cielos, empleando la astronomía/astrología. Al ser humano le corresponde asombrarse frente al cosmos y adorar las cosas celestes a la vez que habitar y gobernar las de la tierra; su función es la práctica de las artes y las ciencias para que el mundo alcance la perfección. La finalidad del ser humano es el servicio y la veneración de la divinidad; el trabajo de conservar el cosmos y ser piadoso para con dios. El ser humano conoce a los dioses al descubrir el arte de las imágenes; imágenes divinas producidas en coordinación con el logos astral y por lo tanto, efecto del mismo, resultado de la actividad de los dioses. En el caso del hermetismo, la creatividad divina es amorosa, la naturaleza erótica de la divinidad siendo como uno de los misterios centrales del hermetismo. No solo el ser humano desea conocer a la divinidad sino que la divinidad misma desea también ser conocida por el ser humano, a quien asiste en su búsqueda.
Mencionamos en la primera parte de esta publicación que en la revelación de Trismegisto, la astrología tiene un papel central; es la llave del camino de Hermes, el cual integra a la ciencia astral (astronomía y astrología) con la magia (entendida como como práctica ritual de piedad cósmica), la medicina y la alquimia, así como con cosmología, la metafísica y la teología, en un sistema integral de desarrollo espiritual. La contemplación cosmológica, el conocimiento acerca de los astros, tiene un carácter preliminar, intermediario y preparatorio para el conocimiento de lo divino. Los textos herméticos presentan una continuidad de la actividad divina en todos sus niveles superiores e inferiores, divinos y terrestres, donde todos los fenómenos están vinculados por la simpatía cósmica establecida por los poderes divinos que todo lo ligan, las energías de los planetas. Todo se haya entrelazado. Hay una heimarmene, un destino, entendido como la organización del todo, expresado por lo celeste como organizador de lo terrestre, destino ejecutor de todas las cosas, instituido por leyes divinas así como por la necesidad de que se cumplan todos los acontecimientos, enlazados entre sí como los eslabones de una gran cadena. El hermetismo enseña, mediante la contemplación y la práctica ritual, el ascenso hacia lo principal o primero, más allá del destino y la naturaleza, empleando para ello la observación del tiempo oportuno por medio de la astrología.La revelación del Padre de los filósofos es Mercurio hablándonos; “nuestro” Mercurio, el de nuestra carta astral, el que habla y piensa cada vez que nosotros hablamos y pensamos. Mercurio nos enseña cómo emplear correctamente nuestro Mercurio, cómo trabajar espiritualmente con él. Si quieres saber más acerca de Hermes Trismegisto y su filosofía espiritual de la astrología, puede interesarte nuestro próximo webinar, el sábado 23 de oct., a las 11 am (horario de la Cd. de México): https://www.facebook.com/events/193561759580146/?ref=newsfeed