Ta empezando lo velorio
Que le hacemo a Babalú
Dame diez y siete velas
Ay Pa ponerla en cruz.
Babalú ayé, Celiz Cruz.
Según el calendario de los romanos, el 17 de diciembre es el inicio de las Saturnales, fiesta dedicada al dios Saturno. Pero el 17 de diciembre también es el día de San Lázaro, alma santa y milagrosa relacionada con la esfera de Saturno (y la de Plutón). Rostro arquetípico, misterioso y sabio, de estos símbolos astrológicos.
En las tradiciones mágico-religiosas afro-caribeñas (Cuba, México y Brasil), San Lázaro se sincretiza con Babalú ayé, a quien famosamente canta la salsera Celia Cruz. “Rey del Mundo”, orisha terrible a la vez que conmovedor, San Lázaro es el señor de los misterios de la muerte y el dolor, la privación, la enfermedad y el sufrimiento, así como de la resurrección, la regeneración y la salud. Se trata del más humilde de todos los orishas. Su representación iconográfica de origen cubano es única en el mundo: San Lázaro es un anciano que aparece con muletas, caminando lenta y tortuosamente, acompañado por perros, quienes lamen sus llagas. Es un personaje social marginado, rechazado por los pueblos por donde pasa. Sin hogar ni posesiones deambula solitario, empujando una carreta donde transporta cadáveres al cementerio, rasgo producto del sincretismo del santo de Betania con Babalú ayé, también llamado Chankpana, divinidad asimismo asociada con las epidemias.
Cada 17 de diciembre, en la iglesia del pueblo de El Rincón -extraordinaria expresión del sincretismo afrocubano-, provincia de la Habana, Cuba, se reúnen multitudes inmensas de peregrinos, de devotos y enfermos que desesperadamente acuden al santo, a quien se le atribuyen numerosísimos milagros de curación. A esta tan distintiva figura sincrética, se le han añadido interesantes desarrollos mitológicos claramente inspirados en el veterotestamentario Libro de Job, donde S. Lázaro/Babalú ayé vive una serie de vicisitudes, de duras pruebas morales implementadas por Olosi (el Diablo) con venia divina y que, como el justo Job, hacen del santo un paradigma de aceptación, sobriedad y humildad; una profunda contemplación acerca del sentido del sufrimiento, acerca del misterio del mal, ese sombrío rostro divino que enfrentamos con Saturno, severo pero justo juez y maestro. Un conmovedor rostro saturnino.
En las tradiciones místicas astrológicas, antiguas y contemporáneas, se afirma que cada alma particular desciende de un planeta específico, siendo su tarea, a lo largo de una serie de encarnaciones, seguir su estrella, volver a su astro de origen; esto es, cumplir con su propósito encarnando, en esta vida, de manera tan perfecta, conciente, libre e iluminada, su naturaleza más íntima, su ser divino; se convierten, pues, en seres auto-realizados que encarnan dicho principio y que como tales, de manera similar a los ángeles, se vuelven mediadores de lo divino. En el caso de San Lázaro, un alma santa de Saturno, a la cual, por otra parte, es posible pedirle su intercesión y auxilio al ritmo de rumba y tambores batá, inesperada expresión de belleza por parte del grave y serio señor de los anillos. Así pues, para propiciar su expresión compasiva, concluyo estas notas sobre San Lázaro con una canción clásica de Celina y Rutilio dedicada a tan emotiva figura plena de la más profunda y sobria sabiduría.
¡Jekua baba jekua, Babalu ayé jekua!
¡Kinkamaché San Lázaro bendito!
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